-A M. G.-
Sin atajos diplomáticos
ni impulsos furiosos
me oxido con bandera blanca
rendición en mi estrategia tambaleante
que sólo consiguió
hacerme hija de la soledad
para ser devorada por ella,
aprieto los dientes
para no decir
-le-
de los espejos encorvados
que hemos parido juntos
en las tardes como noches mitológicas
jugando al fuego,
y el horror del silencio
y los cuadernos que hablan
por la simetría de mis errores.
Ese extraño momento cuanto todo aparece y todo que hay soltarlo.